domingo, 9 de marzo de 2014

El vuelo de Berlín a Bran estuvo bien. Con estuvo bien quiero decir que no tuve que drogarme para estar tanto tiempo sentada sin moverme en el avión y que la familia con tres o cuatro niños chillones estaba cinco asientos mas atrás no a mi lado. La verdad es que no me puedo quejar.

Cuando llegué al aeropuerto me encontré a mi familia (menos mal que la madre había tenido dos dedos de frente y se le había ocurrido que nos mandasemos fotos, porque si no a ver como les iba a reconocer). La madre, Yanessis, me sonrió y me dio un abrazo que casi me parte tres costillas. El padre, Dorin,que era alto y rubio, con una mandíbula cuadrada, llevaba una camisa de cuadros. Cogió mi maleta y mi mochila y se las echó al hombro. Dijo Ce o fată bună!, que en rumano viene a ser algo así como ¡Qué buena moza! (y decía mi profesor del instituto que el traductor google no servía). Cuando llegamos a la casa (muy bonita por cierto, ya subire fotos y os cuento) me encontré a la niña pequeña,Anastasia,  que era muy mona y tal y cual, toda repeinada y con un vestido de florecitas muy mono. Aunque estoy segura de que si la encuentro a las tres de la mañana, en camisón y con el pelo revuelto, me cago viva (perdón por la expresión). Estoy nerviosa, porque parece ser que la familia tiene otro hijo, que llegará mañana del internado. Esperemos que sea más normalito que la pequeñina. Subí las escaleras, me instalé en la habitación que habían preparado para mí, y de repente, mientras estaba de rodillas en el suelo intentando coger mi peine de debajo de la cama (he sido un poco bruta porque la cremallera del necesér estaba un poquitín atascada) oí un carraspeo. Levanté la cabeza, me dí contra la cama y me quedé mirando al chaval alto y moreno que estaba apoyado en el quicio de la puerta. Madre del amor hermoso. No me salían las palabras. Con mucho esfuerzo acerté a decir: ¿Eres el hermano mayor de Anastasia? El chico me miró con sus ojazos verdes y me dijo: ¿Acaso me ves pinta de rumano? Creo que sería mas fácil de creer que fuese hermano del perro antes que de la niña. No nos parecemos en nada -debió de ver mi cara de estúpida, porque suavizó el tono y me dijo- Soy Gabriel, el otro estudiante de erasmus. 
He estado media hora hablando con él, contándome su vida en Italia, y yo la mía, hasta que se ha aburrido. Así de simple, se ha levantado, me ha dicho adiós con la mano y ha bajado a la planta de abajo. Luego he escuchado la puerta de la calle. Necesitaría un momento de autismo el chico, yo que sé.

No he podido escribir en toda la semana porque, para mi desgracia, en la casa en la que me quedo no hay internet. Creo que hay un café con wifi gratis a dos manzanas, en el barrio de al lado, pero me ha dado mucha pereza ir. Pensé en ir preguntando por la calle, pero si casi no entiendo el inglés de Yanessis, dudo que vaya a enterarme de algo con el acento que tienen aquí. Al final Gabriel ha hecho no se qué cosa con mi teléfono y estoy conectada a la wifi de su móvil. Qué majo el italiano, oye.

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